lunes, 23 de marzo de 2009

PARADOJAS DE LA OPULENCIA. Por Oscar Collazos.

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PARADOJAS DE LA OPULENCIA
Por Oscar Collazos
CONFERENCIA . Marzo 21, 2009
Encuentro Anual de Confraternidad Médica Nacional. No.19
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HAMBRE y VIOLENCIA

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20 y 21 de Marzo de 2009. Cali. Hotel Intercontinental
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PARADOJAS DE LA OPULENCIA
Por Oscar Collazos
Agradecemos al escritor habernos proporcionado el texto y su autorización para publicarlo.
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Oscar Collazos interviene
Fotografías: María Isabel Casas de NTC … (Marzo 21, 2009)
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Lo más difícil al hablar o escribir sobre el hambre es que se habla y escribe tanto de esta monstruosa epidemia de los pueblos pobres que parecería innecesario seguir haciéndolo. Es el lugar común de la vergüenza humana. Pero se sigue hablando y escribiendo sobre el hambre en el mundo porque, contrariamente a lo deseado por todos, e incluso en contravía de lo que los gobiernos de países pobres y ricos dicen haber hecho para reducirla o combatirla, las cifras de los organismos internacionales nos informan que ha aumentado de manera escandalosa.

Hay que empezar entonces diciendo que el hambre no es solamente un problema de los pobres sino un problemático desafío de los ricos, países o personas.

La impresión que se tiene cuando se leen las cifras que hablan de más de 900 millones de seres hambrientos en el mundo, es que gran parte de la pobreza global se produce como consecuencia de la decisión de los ricos: de los organismos bilaterales de crédito, de las empresas productores y exportadoras de alimentos; de los gobiernos y sus políticas agrarias; de la competencia que a los agricultores de los países pobres les oponen los productores de alimentos subsidiados; del encarecimiento de los alimentos básicos debido al incremento en la producción de biocombustibles en detrimento de la producción de alimentos; de los desplazamientos forzados de población campesina hacia las ciudades, lo que convierte a los campesinos que antes producían alimentos o los adquirían a precios muy inferiores al evitar la cadena de intermediarios…

En fin, al examinarse cualquiera de estas causas, siempre nos encontraremos con decisiones de los ricos o de los gobiernos que siguen los consejos de los ricos.

Otra de las dificultades que se tiene al hablar o escribir sobre el hambre, es que, donde se busque, siempre se encontrará una abultada cantidad de investigaciones sobre el tema y casi todas nos devuelven a las terribles cifras del comienzo: en 2008, 963 millones de seres humanos aguantaban hambre, 40 millones más que el año anterior, según la FAO, la agencia especializada de la ONU. El incremento se produce pese al compromiso adquirido en 2000 por los 189 países que suscribieron la Declaración del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas.

Los informes de la FAO son conmovedores. En 2004 se reveló que “más de 20 millones de lactantes nacen con insuficiencia de peso en el mundo en desarrollo”(eufemismo que a veces carece de sentido, pues ya es posible hablar de un mundo estancado o en franca regresión, cuando no de países económicamente inviables). Esos niños corren el riesgo de morir en la infancia o de sobrevivir con incapacidades físicas. Y lo que las cifras nos dicen, nos lo corroboran las experiencias diarias. No es necesario ir a Haití y al Zaire para encontrar las huellas ominosas de la subalimentación y la desnutrición. Basta abrir bien los ojos en las barriadas de hambre de nuestras ciudades. Nunca llegaremos a las profundidades ominosas de Haití o de los países subsaharianos, pero seguimos registrando un 46% de pobreza que no es motivo para sentirnos orgullosos.

Entre 2000 y 2002, el número de personas que pasan hambre creció a 815 millones en los países subdesarrollados, 28 millones en los llamados países en transición y 9 millones en los países industrializados. ¿Es entonces posible hablar ya del “!tercer mundo” agazapado en el primer mundo? Sin embargo, es posible que en estos países se empiecen a cumplir los compromisos de la Declaración del Milenio, pero la alarma cada vez más catastrófica sigue sonando en lo que antes se conocía como Tercer Mundo.

El organismo internacional concluyó que “es una ironía que los recursos necesarios para afrontar los problemas del hambre sean pocos en comparación con los beneficios que produciría invertirlos en esta causa. Cada dólar invertido en la lucha contra el hambre puede multiplicarse por cinco (5) y hasta por más de veinte (20) veces en beneficios. Desde el punto de vista estrictamente capitalista, nos recuerda la ONU, los problemas de malnutrición infantil se traducirán en pérdidas en productividad e ingresos durante la vida de estas personas. En diciembre de 2005, al cuantificar estos efectos, se hablaba de la pérdida de entre 500 mil millones y un billón de dólares.

¿Qué se puede pensar ante estas cifras? ¿Que las soluciones introducidas son a corto plazo y que el inmediatismo es una especie de consolación moral practicada por gobiernos, organismos bilaterales y empresarios ricos, reacios a cambiar el rumbo de las decisiones públicas y empresariales que estimulan la pobreza?

Es muy probable que no se cumpla el compromiso adquirido de reducir a la mitad en 2015 las cifras del hambre global. Pero los ejemplos que la FAO menciona de países que adoptaron políticas correctas tendientes a reducir el número de hambrientos, abre una esperanza y todo depende de la voluntad política de hacerlo.

El hambre en el mundo no es solamente un problema de salud pública. Es un problema político. Y como problema político, no se descarta que al dar origen a movilizaciones violentas y desesperadas de los hambrientos del mundo, las respuestas que esos problemas encuentren en los gobiernos o en el Estado sea la represión policiva, como ocurrió en Haití en abril de 2008. Problema social y humano con repercusiones políticas, ha sido percibido en estos casos como un asunto de orden público. Y es aquí donde el hambre, como fenómeno que afecta a grandes comunidades del mal llamado Tercer Mundo, puede ser entendida como amenaza social y, por lo mismo, como una amenaza social que debe ser criminalizada.

El Hambre-así con mayúsculas- sigue dando dividendos políticos a los demagogos y un relativo prestigio a las instituciones que se ocupan de combatirla. Entre las últimas, es un tema preocupante porque de la solución razonable de los problemas del hambre depende la paz y el equilibrio social que pueda alcanzar la sociedad. El subempleo y el hambre que conducen a la informalidad económica, da su salto siguiente en la picaresca de la supervivencia y abre las puertas a la violencia de todas las formas de criminalidad. Es el campo abonado para que crezcan las ofertas de esa criminalidad, organizada en grandes empresas del delito.

La calidad de vida que los ciudadanos reclaman para vivir en ciudades cada vez más equilibradas mediante el contrato social que esos ciudadanos suscriben con los gobernantes, encuentra un obstáculo en los cada vez más densos nichos de la pobreza. Puesto que esto implica un crecimiento de la inseguridad, la protección de la propiedad, entiéndase, la protección de la riqueza, va a ser cada vez costosa. Es muy posible-como ya se advierte en muchas ciudades del mundo-que el miedo dé paso a la paranoia y ésta justifique sofisticados sistemas de protección. Las industrias de la seguridad privada no serán un complemento de la legítima seguridad que el Estado debe ofrecer a sus ciudadanos, sino monstruosas e incontrolables instituciones que a manera de fortalezas tendrán las prerrogativas de un Estado dentro del Estado. Proteger a los ricos y sus riquezas se convierte en algo muy distinto a proteger a los ciudadanos y la protección de los ricos mediante fuerzas privadas de seguridad-aquí lo sabemos muy bien- desplaza al Estado de sus funciones y permite la formación de sólidas organizaciones criminales.

¿Qué tiene que ver la pobreza y las respuestas informales de las economías paralelas con el problema del hambre? Evidentemente, mucho. En esos crecientes nichos de pobreza se incuban los factores del hambre, que no es sólo no comer sino comer insuficientemente y por debajo de las mínimas exigencias alimentarias.

No quiero dañarles la tarde. Por fortuna, las cifras ponen a pensar más que a llorar. Oigan esto: cada cuatro segundos, una persona muere de hambre en el mundo. Pongan atención a lo siguiente: la Alianza Española Contra la Pobreza estimó que en 1990, “la media de ayuda de los países ricos al desarrollo se situaba en el 0.33% del Producto Interno Bruto de los países donantes; el 2004, era apenas el 0.25%””. ¿Qué va a suceder con esa ayuda en un primer mundo aquejado por una de las más profundas crisis económicas de su historia?

Una información desconsoladora: la FAO considera que, según los Compromisos del Milenio, los objetivos previstos de reducir a la mitad el hambre del mundo no se alcanzarán en 2015 sino en 2050. Lo paradójico es que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aceptan esta predicción y se inquietan. Ellos saben de eso. Son los que administran la plata de los países ricos y los que prestan a los países pobres con la condición de acomodar sus políticas económicas al modelo que, en cada nueva crisis, ellos mismos se encargan de rectificar.

A mí, personalmente, no me conmueve saber que, debido a la crisis que se empezó a dar en el 2007 y que reventó con catastrófica evidencia a finales de 2008, muchos multimillonarios, personajes centrales de la revista Forbes, sean “más pobres” a comienzos de 2009 en 900 millones de dólares. La pregunta salta de inmediato. ¿Más pobres o menos ricos? La respuesta conduce al mismo punto: un millonario cuya fortuna era antes de 3.900 millones de dólares es hoy apenas de 3.000. Podría sentir compasión por Bill Gates, Warren Buffet y Carlos Slim. Sin embargo, no siento compasión por ellos, ni la siento tampoco por el estafador Bernard Madoff, aunque lo condenen a cadena perpetua. No soy insensible a la suerte de los negocios, pero la verdad es que los 5.000 millones de dólares de la estafa de Madoff a inversionistas ricos, me deja igualmente indiferente, así haya caído en la trampa uno de los “cacaos” de las finanzas colombianas.

No tengo información al respecto pero puedo suponer que entre los “tumbados” por Madoff podría estar algún empresario exportador de arroz subsidiado a Haití, un país que hace 20 años producía grano suficiente para autoabastecerse y hoy debe importarlo. Estados Unidos es el tercer mayor exportador de arroz a ese país. Los ricos y subsidiados arroceros norteamericanos hacen negocios con los haitianos hambrientos. Lo que indigna es que ese arroz importado haya arruinado a los productores haitianos. Un solo productor, Riceland Foods Inc., de Arkansas, recibió de su gobierno, entre 1995 y 2006, 500 millones de dólares en subsidios de arroz. Pero la cosa no queda allí: Haití, tradicionalmente productor de azúcar, comenzó a importarla de Estados Unidos, que la produce en sus plantaciones de República Dominicana y La Florida.

No pretendo hacer un memorial de agravios contra los ricos, ni recordar el tremendo desequilibrio existente entre los muy ricos y los muy pobres. Si no lo han leído, recuerden que en Haití y en Egipto ya se produjeron revueltas de hambre. Mientras persistan y se agraven las causas de esas revueltas, es probable que los efectos sociales sean cada vez más subversivos. (Presento mis excusas si en el auditorio hay alguien a quien escandaliza el uso de esta palabra: lo remito al Diccionario de la Lengua española y no al diccionario personal del ministro Juan Manuel Santos).

Economistas, historiadores, periodistas, ciudadanos agrupados en organizaciones contra el hambre pueden ofrecer a ustedes cifras más completas que las recogidas por mi en decenas de documentos.

¿Saben ustedes que los haitianos se inventaron unas “galletas de barro” llamadas “pica” y que las han convertido en su alimento? Contiene un barro amarillo proveniente de la meseta central, grasa vegetal y sal. La sal es indispensable: entre los haitianos, pues tiene una antigua significación ritual: el zombie es una persona a la que le quitan la sal.

Lo cierto es que el precio de esta galleta de barro no está al alcance de todos. Vale menos que una libra de arroz, pero vale. Y se sigue consumiendo.

Un periodista que probó la “pica” dijo que tenia “una consistencia suave, pero la mezcla se deshacía fuera de la boca tan pronto como se tocaba con la lengua. Después, durante horas, persistió un desagradable sabor a tierra.” No es, por supuesto, el sabor terroso del caviar iraní y de las ostras impregnadas de arena marina.

Jeffrey D. Sachs, autor del ya clásico El fin de la pobreza (2005) ( 1 ) , dentro de su admirable optimismo, decía que “el problema clave de los países más pobres es que la propia pobreza puede ser una trampa. Cuando la pobreza es muy extrema, los pobres no tienen capacidad-por sí mismos- de salir del embrollo.(…) Cuando las personas son pobres pero no completamente indigentes, tal vez sean capaces de ahorrar. Pero cuando se encuentran en la más absoluta indigencia, necesitan todos sus ingresos, o más, tan solo para sobrevivir…”

Sachs está en lo cierto. No soy en cambio tan optimista como él cuando afirma que “la amplitud de la pobreza extrema se está reduciendo, tanto en números absolutos como en porcentaje de la población mundial(…)” y que esa “es la razón por la cual podemos imaginar de modo realista un mundo sin pobreza en una fecha cercana como 2025 (…)”

Menciono repetidas veces Haití porque es la nación más pobre de América Latina y una de las más pobres del mundo. La menciono por otra razón: es un turbio espejo donde podrían mirarse los pobres de América Latina. Vivo en Cartagena, pasé mi adolescencia en Buenaventura, viajo con frecuencia al Chocó, conozco de sur a norte la franja del litoral Pacífico. Y cada vez que pienso en ese mar generoso, en ese espléndido tejido de ríos, en los manglares que reproducen la vida vegetal y animal y en la fertilidad de tierras donde se podría cultivar y se cultivó arroz, yuca, ñame, plátanos, papayas y naranjas, donde se pesca y se caza, me resulta más difícil aceptar que en las barriadas de Cartagena o Buenaventura, en las poblaciones de palafito del Río Atrato o en los caseríos costeros de Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó puedan existir enfermedades del hambre, que la desnutrición infantil sea tan grande y las cifras más bajas del subdesarrollo sean allí parecidas a las de Haití.

Una de las paradojas del mundo actual ya la había advertido el poeta Francois Villon: “Muero de sed al lado de la fuente.”

El año pasado, mientras leía las noticias sobre las revueltas de Puerto Príncipe, en Haití, y veía las imágenes de los 5 muertos que cobró la protesta anárquica de los hambrientos que exigían precios menos precios imposibles en los alimentos de la dieta popular, trasladé el escenario hacia las barriadas de miseria de Cartagena, hacia los ranchos que bordean la Ciénaga de la Virgen, hacia los confines de los barrios El Pozón, Nelson Mandela, a los sectores del Olaya Herrera. No había morbosidad alguna en el traslado del escenario sino el legítimo temor a que, en breve, iguales revueltas se produjeran en las ciudades de Colombia.
El hambre que apacigua el ánimo y reduce al ser humano a la postración, es también el hambre que lo subleva. Pasividad y violencia, eso son los dos extremos de los seres humanos hambrientos.
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Actualizó: NTC … / gra . Marzo 23, 2009. 12:43 PM